En días recientes hemos podido observar y escuchar dos tipos de mujer en los medios de comunicación, en las redes sociales, en la Asamblea Legislativa, en la palestra pública y en la calle. Nos presentan dos visiones diferentes sobre el papel de las mujeres en la sociedad y dos proyectos sociales y políticos diametralmente opuestos.

Conviene al país escudriñar pausada y críticamente los mensajes que nos presentan y el impacto que han tenido y pueden tener en la vida y los derechos civiles, políticos sociales, económicos y culturales de quienes aquí habitamos.

Por un lado, vemos y escuchamos a una mujer que puede expresarse de forma articulada e imperiosa, ejerce la seducción y el coqueteo en su proyección, es dogmática y promueve una visión ultra-conservadora sobre los derechos reproductivos de las mujeres y los derechos de las personas LGBTTIQ+. No sabemos cuál es su posición en cuanto a la diversidad de opiniones religiosas, políticas, sobre la cultura y el sistema económico del país.

Del otro lado observamos a una mujer que puede expresarse de forma articulada y armoniosa, que utiliza su experiencia de vida para testimoniar sobre la importancia del reconocimiento de la diversidad, orgullosa de su origen nacional y racial y de su identidad de género, promotora del respeto a la dignidad y garantía de los derechos humanos para todas las personas, independientemente de su sexo o género, raza, origen o condición social, diversidad funcional, ideas políticas o religiosas y otras diversidades.