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INTER INFORMA / Dr. JULIO FONTANET MALDONADO – Trump, Santos y Bolsonaro: el poder de la mentira

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Es evidente que la mentira ha sido —y continúa siendo— una herramienta en política. No me refiero únicamente en Puerto Rico, sino en el mundo entero. Los imperios han mentido para justificar los procesos de colonización y explotación de los pueblos subyugados. Los ejemplos son interminables: desde la superioridad de una raza o de una religión hasta “proteger el orden y la estabilidad” para aplacar reclamos de cambios sociales impostergables.

Siguiendo, probablemente, el modelo de Trump, George Santos pensó que podía decir lo que fuera si ello le beneficiaba políticamente. Y mintió descaradamente sobre datos relativamente fáciles de corroborar, escribe Julio Fontanet.
Siguiendo, probablemente, el modelo de Trump, George Santos pensó que podía decir lo que fuera si ello le beneficiaba políticamente. Y mintió descaradamente sobre datos relativamente fáciles de corroborar, escribe Julio Fontanet. (John Locher)

El ministro de propaganda del Tercer Reich, Joseph Goebbels, se jactaba de pronunciar la máxima de que una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad”. Así se han perpetuado innumerables mentiras que se repiten como hechos probados; por ejemplo, que el emperador francés de origen corso, Napoleón Bonaparte, era de baja estatura para su época, lo cual no era cierto (medía 5 pies 6 pulgadas). Inclusive era más alto que su rival, el Duque de Wellington.

Más contemporáneamente, la utilización de la mentira se ha tornado en un acto de suprema banalidad. Su utilización por parte del expresidente Donald Trump en discursos y entrevistas —ya fuera sobre asuntos transcendentales o pueriles— era y continúa siendo una constante, una peligrosa zapata con visos de permanencia. Son preocupantes, particularmente en Estados Unidos, esa complacencia y ausencia de indignación, a pesar de un rápido “fact checking” que revela la falsedad de lo que se asevera. Que se establezca un dato incontrovertible no parece tener repercusión de clase alguna.

Los casos más recientes reflejan una peligrosa tendencia, como ha sido el intento de golpe de estado en Brasil bajo la mentira de que las pasadas elecciones fueron fraudulentas, según alegaba el expresidente Jair Bolsonaro. Fueron tan poco creativos que plagiaron los eventos del 6 de enero de 2021 en el Capitolio estadounidense.

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Días antes —también en Estados Unidos— se habían difundido las hazañas del recién electo representante republicano de New York, George Santos. Siguiendo, probablemente, el modelo de Trump, pensó que podía decir lo que fuera si ello le beneficiaba políticamente. Y mintió descaradamente sobre datos relativamente fáciles de corroborar, como, por ejemplo, que obtuvo un grado universitario, que estudió en una preparatoria elite, que trabajó en una famosa firma de inversiones, que sus abuelos eran sobrevivientes del Holocausto y que su madre murió como consecuencia de los eventos del 11 de septiembre en Nueva York. Confrontado con los hallazgos del reportaje investigativo que evidenciaba todas sus mentiras, de manera destemplada se limitó a decir que lo hizo para “embellecer” su resumé. Añadió que, a pesar de las mentiras, pretendía juramentar como congresista en la Cámara de Representantes. Así lo hizo.

Llama la atención que sus pares de su mismo partido se hayan limitado a pequeños regaños y que los electores del distrito que representa no hayan reclamado enérgicamente que renunciara a su escaño. No obstante, impresiona más aún que por el propio rostro del neófito congresista no se haya asomado ni una pequeña nube de vergüenza.

Preocupa la paupérrima reacción a estas mentiras. Parece que después de Trump todo se permite, aún más, en la política; se puede decir lo que sea para ganar una elección y, si pierdes, sencillamente —y sin prueba alguna— afirmas que te la robaron y ya.

Existen medios y periodistas serios que realizan investigaciones y documentan estas falsedades. No es suficiente; es imperativo que las personas reaccionen como hicimos en Puerto Rico cuando se difundió aquel desafortunado chat en 2019. Todos y todas demostramos nuestra capacidad de indignación, independientemente de nuestra afiliación política. Demostramos que la verdad no puede estar sujeta a que favorezca o desfavorezca a determinado político o partido alguno.

No oponernos a las mentiras puede dar la impresión de que la verdad también es banal, que no es relevante, que queremos que nos engañen. Reclamemos siempre la diferencia abismal e inequívoca entre la verdad y la mentira.

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