
INTER INFORMA / Dr. JULIO FONTANET MALDONADO – Fiona y la reina Elizabeth II
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Mientras Fiona nos arropaba con sus vientos y sus fuertes lluvias, el Reino Unido sepultaba a su más longeva reina. Inclusive, algunas personas se quejaban de que lo peor del paso de dicho fenómeno atmosférico era, precisamente, perderse los actos fúnebres de la reina Elizabeth II. Llama la atención cómo, ante tanta pesadumbre ocasionada por Fiona, algunas personas pudieran estar pensando en Elizabeth.
Ciertamente, la muerte de reina generó muchas expresiones de duelo en todo el mundo. Sus exequias fueron un evento de gran trascendencia internacional, particularmente dentro de la mancomunidad británica. Su personalidad le generó simpatía entre muchas personas y naciones, pero no en todos los casos.
No obstante, en términos internacionales, a algunas naciones —particularmente las organizadas bajo un sistema republicano de gobierno y que en algún momento fueron colonias y súbditas del imperio inglés— no se les ha olvidado el trato recibido. Indudablemente, la mala reputación del coloniaje inglés con relación a sus súbditos en ultramar solo es superada en la época moderna por la del imperio belga en el Congo. De dichas experiencias, muchas de las naciones emergentes rechazaron el modelo monárquico para adoptar un más a tono con el modernismo, como evidentemente es el sistema republicano de gobierno. Uno de los aspectos más negativos asociados con las monarquías lo constituyen, justamente, los títulos de realeza y nobiliarios; es decir, esos títulos o categorías de clase que se obtienen sin méritos o esfuerzos propios, sino que, en la mayoría de los casos, son heredados.
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Uno de los mejores ejemplos lo constituye Estados Unidos de América. Al lograr su independencia, el propio George Washington rechazó tajantemente una propuesta de nombrarlo rey de la nueva nación. Añadamos que los llamados “padres fundadores” de dicho país crearon un nuevo estado organizado de forma republicana y, para para expresar su rechazo a cualquier forma de realeza y nobleza, establecieron en su constitución, en el Artículo I, sección 9, que “Los Estados Unidos no concederán ningún título de nobleza y ninguna persona que ocupe un empleo remunerado u honorífico que dependa de ellos aceptará ningún regalo, emolumento, empleo o título, sea de la clase que fuere, de cualquier monarca, príncipe o Estado extranjero, sin consentimiento del Congreso”.
Hubiera sido irónico que una nación de inmigrantes —cuya mayoría estaba huyendo de las monarquías y del absolutismo europeo— reprodujera dicho esquema en la incipiente nación. No debe albergarse duda de que la eliminación de títulos de realeza y nobiliarios fue un acierto en la creación de un nuevo país y sociedad. Cabe advertir que dicho modelo fue adoptado en la mayoría de las nuevas naciones en el hemisferio americano a partir del Siglo XIX.
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Al rechazo de las monarquías como sistema de gobierno, se une también el que se le ha dado al comportamiento reciente de muchos de sus integrantes, particularmente dos hijos de la reina Elizabeth II (uno de ellos con alegaciones muy graves de trata humana) y los actos de corrupción del pasado rey de España. Y ni hablar de los costos asociados con los privilegios y beneficios que ostentan. Aun así, hay muchas personas que los veneran y los visualizan como un ente unificador en sus respectivas naciones, a pesar de que su rol político —en la mayoría de los casos— es simbólico o protocolar.
Transcurridas dos décadas del Siglo XXI, cualquier persona racional y con sensibilidad se tiene que preguntar si el tiempo dedicado a las exequias fúnebres de la reina merecían la atención recibida alrededor del mundo. Quisiera pensar que, internacionalmente, lo que se vive cada día en Ucrania —o en otros países devastados por otras guerras y el hambre— tiene mayor trascendencia e importancia. Y en Puerto Rico… me parece que Fiona, y no Elizabeth, merecía toda nuestra atención, a pesar de que la primera no ostentara ningún título de nobleza.
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