1 Abril 2021

El Departamento de Corrección debería considerar un programa en el que, voluntariamente, confinados que están en custodia mínima puedan ser capacitados para, justamente, poder trabajar en proyectos de agricultura y construcción”

La pasada semana se discutió el hecho de que era necesario importar trabajadores para la agricultura y la construcción ante la escasez de trabajadores locales que estén dispuestos a hacerlo. Fue penoso escuchar expresiones desafortunadas —que en ocasiones se repiten— para referirse a la supuesta falta de laboriosidad de nuestros compatriotas. Recuerdo la primera vez que escuché una expresión de esa naturaleza. En la escuela intermedia, cuando estábamos discutiendo los problemas económicos del país, un compañero de salón expresó que el problema era que los puertorriqueños eran vagos. A esa temprana edad, mi reacción fue espontánea y orgánica, de molestia, y le indiqué que estaba equivocado; que, por ejemplo, todos mis familiares, vecinos y conocidos —y los de él también— estaban en la fuerza laboral del país. El entonces jovencito (y hoy cirujano) se limitó a replicar que eso él lo había escuchado “en algún lado”.

Probablemente, ese compañero de salón escuchó esa frase en tiempos en los que se fomentaba la dependencia y la baja autoestima de nosotros como pueblo. Claro… algunas cosas no cambian. Tampoco pueden menospreciarse los efectos del colonialismo en las personas. Obviamente, había personas que no tenían trabajo, pero en la mayoría de los casos no era por elección propia. Sabemos que es fácil y cómodo repetir ad nauseam cualquier nimiedad o “falsa verdad” en lugar de analizar la raíz del problema y sus soluciones.

La situación de la falta de trabajadores en las áreas mencionadas tiene varias explicaciones. Me pregunto si los que repiten esas sandeces son capaces de levantarse a laborar en los horarios que dichos trabajos requieren y si tienen, además, la aptitud física para su realización. Ciertamente, las condiciones de trabajo son muy diferentes a las de trabajar en una oficina o en un “fast food” con aire acondicionado y bajo techo.

Pero eso no es lo medular: deben preguntarse quiénes de ellos podrían proveerle a su familia sus necesidades básicas con el salario mínimo federal. Me imagino que muchas de las personas que han hecho estas expresiones también se oponen tenazmente al aumento del salario mínimo. La cosa se complica cuando realizar trabajos con relativa inseguridad de empleo te inhabilita para recibir beneficios de desempleo, algunos de estos muy significativos como resultado de la pandemia.

Ciertamente, hay asuntos estructurales que hay que atender para encontrar una solución permanente a este problema. Mientras tanto, me llama la atención que no se haya considerado seriamente un programa en el que los confinados tengan un taller de trabajo con el que, además de flexibilizar la restricción de la libertad a la cual están sometidos, combatan otro problema fundamental de su encarcelamiento: el ocio.

El Departamento de Corrección debería considerar —conjuntamente con la empresa privada— un programa en el que, voluntariamente, confinados que están en custodia mínima puedan ser capacitados para, justamente, poder trabajar en proyectos de agricultura y construcción. Estos confinados no constituyen peligro alguno para la sociedad ni constituyen un riesgo real de fuga. La compensación de estos trabajadores podría ser una combinación de bonificaciones para disminuir su sentencia acompañada de una compensación económica.

Con un programa de esta naturaleza, el Departamento de Corrección cumpliría con su obligación constitucional de promover la rehabilitación de los presos. Como parte de ese proceso, los confinados desarrollarían competencias y destrezas laborales que les serían de mucha utilidad en su proceso de reinserción social. El trabajo es una herramienta indispensable para la rehabilitación y, además, les proveería una opción laboral que probablemente no tenían antes de caer presos. Por otro lado, su trabajo permitiría fortalecer un aspecto de la economía que ha estado detenido por la pandemia y los huracanes. Así, pues, en lugar repetir sandeces y lugares comunes carentes de fundamentos históricos o sociológicos, ejecutemos iniciativas creativas.